Mark J. Siedner de la Escuela Médica de Harvard (Harvard Medical School) y John D. Kraemer del Instituto O’Neill para el Derecho de Salud Nacional y Global de la Universidad de Georgetown (O’Neill Institute for National and Global Health Law, Georgetown University), analizan el impacto de la tardía respuesta global a la epidemia del ébola en 2014.
Artículo escrito por: PLOS Medicine
El 8 de agosto de 2014, tan solo veinte semanas después de los presuntos primeros casos, el brote de fiebre hemorrágica del Ébola se convirtió en el mayor de la historia. La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la epidemia como Urgencia de Salud Pública de Interés Internacional (PHEIC, por sus siglas en inglés). El comunicado señala que una epidemia constituye un riesgo para la salud pública de los Estados miembros de la OMS a través de la propagación de la enfermedad; se va a motivar el apoyo financiero y logístico a los países más afectados. Sin embargo, después de cerca de 1.000 muertes, y tratándose de una enfermedad donde tan solo una respuesta concisa y a tiempo hubiera solucionado el problema como pasó con epidemias anteriores, muchos se preguntan, ¿por qué se tardó tanto tiempo?
Una parte esencial de las misiones de la OMS bajo mandato del Reglamento Sanitario Internacional (RSI), es prevenir la propagación internacional de enfermedades. El RSI fue revisado en 2005 después del brote de SRAS para mejorar la respuesta ante las epidemias en un mundo cada vez más globalizado. Entre los factores fundamentales del RSI se encuentra el compromiso de los países con ingresos más altos para fomentar la capacidad de prevenir las emergencias de salud pública y proporcionar ayuda mientras que algunas enfermedades estén activas. La misión del RSI de la OMS es la identificación de todos los eventos que puedan constituir una emergencia declarando Emergencia de Salud Pública de Importancia Internacional (ESPII) para dar a conocer la notoria alarma.
La cronología que demuestra el curso de la epidemia del Ébola en 2014, incluyendo casos acumulados que son sospechosos, muertes y acontecimientos importantes durante el periodo (Fuente: CDC, Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos).
Según la mayoría de los informes, los criterios para declarar una ESPII se cumplieron hace meses (Figura 1). El brote impactó rápidamente en la salud pública con un ritmo y con unas tasas de mortalidad superiores al 50% afectando de manera desproporcionada a los profesionales sanitarios. Se convirtió en una epidemia internacional cinco días después de que reportaran los primeros casos que se extendieron desde Guinea a Liberia. La epidemia se desarrolló de forma inusual ya que representa la primera fiebre hemorrágica en zonas urbanas, donde la pobreza y la densidad de población agravan la propagación de la enfermedad. Solo nueve días después de que Guinea avisara a la OMS del brote, Senegal cerró sus fronteras terrestres con Guinea. A finales de mayo, 10 semanas antes que declararan ESPII, la epidemia hacía estragos en Guinea, se aceleraba en Sierra Leona y resurgió en Liberia.
A posteriori, el mayor error de juicio cometido por la comunidad internacional de salud pública era la excesiva confianza en un esfuerzo heroico, aunque mal financiado por parte de los gobiernos locales en colaboración con socios multinacionales. Sierra Leona y Liberia son ambos estados con conflictos recientes con los sistemas de salud diezmados por la guerra. Desde el inicio del brote, la legislatura de Liberia ha autorizado utilizar 20 millones de USD de los recursos nacionales para hacer frente al brote, el 3.5% de su presupuesto nacional. A pesar de estas inversiones, el país ha tenido problemas con las medidas de contención básicas, incluyendo el suministro a los trabajadores de Equipo de Protección Personal (PPE– Personal Protection Equipment), el asegurar unas prácticas de sepelio seguras, la localización de contactos y el establecimiento de cuarentena. En Julio, en Liberia había solo un equipo de detección de casos, insuficientes fondos para compensar a los trabajadores, falta de combustible para localizar contactos o para manejar el laboratorio de referencia, y las bolsas de cadáveres eran escasas. Como las medidas habituales fracasaron, los gobiernos recurrieron a intervenciones sociales extraordinarias, incluyendo los cierres de los colegios, edificios gubernamentales y los militares hicieron respetar un cordón sanitario en las zonas fronterizas.
No fue hasta finales de Julio cuando esta situación llegó a las costas más ricas, que el brote de Ébola ganó presencia internacional. Dos cooperantes estadounidenses se infectaron y finalmente se les trasladó a su casa para recibir atención médica. Las críticas infundadas acerca de la decisión de repatriarlos fueron en gran parte responsables de la difusión de la noticia de la epidemia en occidente. De forma casi simultánea, un pasajero murió de Ébola justo después de llegar a Lagos, lo que desató una oleada de casos en Nigeria. Mientras que el riesgo de transmisión sigue siendo muy poco probable en países con una infraestructura de salud pública eficaz, estos acontecimientos desataron una amenaza mundial.
Poco después, una respuesta internacional concertada comenzó a tomar forma. En las últimas dos semanas, la OMS se ha comprometido a recaudar 100 millones de USD, el Banco Mundial se ha comprometido a dar 200 millones de USD en ayudas de emergencia, y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos (CDC) se han comprometido a aumentar substancialmente su presencia. Médicos Sin Fronteras, que ha sido uno de los grupos de ayuda más activos desde el principio de la epidemia, ha movilizado a casi 700 trabajadores, incluyendo a todos los expertos en fiebre hemorrágica de la organización. El 6 de agosto, la OMS finalmente convocó un comité de emergencia, que recomendó por unanimidad que se declarara la ESPII.
El retraso en la acción ha sido devastador. El coste más grande ha sido la vida de quienes innecesariamente murieron por Ébola. Desde el comienzo de la segunda oleada de casos en mayo, ha habido alrededor de 1600 casos de Ébola y unas 850 muertes. Lamentablemente, representa una fracción de de las muertes que derivarán de este brote. Decenas de trabajadores sanitarios trabajaron sin el equipo de protección personal adecuado o descuidaron sus puestos. Mientras que la epidemia se extendía, producía más desconfianza por parte de los sanitarios, y mala fama, cerrando hospitales públicos en el apogeo de la estación de la malaria y nivelando la escasa infraestructura de salud pública que existía en la región. Las consecuencias de la epidemia a largo plazo son aún más graves. Al menos 150 trabajadores de asistencia sanitaria se han infectado y 75 han muerto. En Liberia, que se estimaba que hubiera unos 50 médicos, y unas 1.000 enfermeras desde 2008, 85 se infectaron y 35 murieron mientras que cuidaban desinteresadamente a los enfermos. La catástrofe de su pérdida tendrá repercusiones durante décadas.
El RSI se diseñó para crear un sistema de seguridad de salud colectiva en el que la comunidad mundial respondería energéticamente a las emergencias más allá de las fronteras internacionales. Si valoramos la seguridad que prometió este sistema, debemos responsabilidad recíproca para seguir adelante con los compromisos adquiridos con los países de bajos ingresos. Aunque su capacidad era limitada, Liberia, Guinea y Sierra Leona cumplieron con sus obligaciones internacionales. En el futuro, nosotros, como comunidad mundial de salud pública debemos extender la seguridad colectiva a todos los estados miembros de la OMS, no solo cuando percibamos una amenaza para los estados más ricos.
Artículo original en inglés: blogs.plos.org/speakingofmedicine/2014/08/22/global-response-ebola-fever-epidemic-took-long/
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